jueves, 13 de diciembre de 2012

¿Me puedes ver?


Ángel Tepec

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Ese día desperté normal como todos los días pero algo cambió la mañana, vi una sombra cerca de la puerta, pensé que era mi imaginación por todas las películas de terror y de ficción que había visto el fin de semana; la realidad es que no sé que fue. De repente, vi en mi celular la hora, rayos, dije, es tarde para la escuela. Me cambié, desayuné, me lavé los dientes, me puse gel en el cabello y salí corriendo, siete en punto camino a la secundaria.

Al llegar todo me era raro, pues era mi primer día en la escuela. Hola, dije, no los esperaba chavos. Eran mis compañeros de la primaria: Carlos, José Antonio, José Alfredo, Jhoan y Mónica, mis compañeros con quien me juntaba y hablaba más.

Horas más tarde partí hacia mi casa caminando con mis audífonos a todo volumen, pero sentía que alguien me seguía. En eso recordé una leyenda que decía que no debía voltear hacia atrás porque moriría al instante. La leyenda continuaba diciendo que para contrarrestar la muerte debía pronunciar tres veces, con voz clara y segura: “Ántoni, cuando estés solo sentirás que algo o alguien te observa”.

Al recordar la leyenda también recordé que ya lo había dicho pero no quise voltear, fue como si alguien quisiera que volteara, pero no lo logró. De repente casi me atropella un automóvil, por fortuna me salvé.

La mañana siguiente fui al baño mientras pensaba en la leyenda, me paré frente al espejo y con miedo repetí tres veces “Ántoni…”, pero en ese momento me sorprendí y me asusté cuando vi en el espejo dos pares de ojos: de niño y de gato.

Pasó una semana de haber visto los ojos y pensé que en realidad nada había pasado, todo estaba normal, pero como todas las historia de terror que he leído, casi siempre la pesadilla vuelve a comenzar, aunque pensaba que esa era la excepción, que equivocado estaba.

El siguiente lunes que desperté para ir a la escuela escuché piedritas en la ventana de mi cuarto, por lo que me asomé. No había llegado a ésta cuando escuché el grito de mi mamá: “Luis, despiértate, ya es tarde”. No llegué a la ventana porque bajé a desayunar, luego a la escuela.

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Por la tarde ya en casa abrí hotmail y vi un correo de una persona desconocida, el asunto del mensaje decía: “¿Me puedes ver?”. El contenido del correo continuaba: “Yo también puedo verte”. En ese momento recordé la sombra. Esa fue mi sorpresa, pero me sorprendí más cuando vi unos ojos como los que días atrás había visto en el espejo de mi baño.

Pasaron tres días sin que pudiera dormir bien, empecé a tomar grandes cantidades de cafeína, me cortaba los brazos y gritaba al vacío.

El último día de mi existencia fue cuando volví al baño donde todo empezó. Me paré frente al espejo, observé fijamente y escuché una voz tenue en mi oído: “Te estaba esperando”.

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