lunes, 23 de julio de 2012

Mi lunes

Noé Morales

El lunes 16 de julio de 2012. Me levanté, mmmmm, como a las 7:30 con entusiasmo y emocionado porque iría al Zócalo. Siempre que he ido al Centro lo había hecho en plan de echar relajo, en el buen sentido eh. Me bañé para ir a trabajar y de inmediato partí, antes saludé a mis vecinos. Llegué a la chamba a las 7:30, descargué cuatro camionetas, cada una con 35 cajas de frutas distintas, siete rollos de tubo, 10 tablones de madera, y algunas lonas. Sólo armé dos puestos pues ya era hora de irme al Zócalo. Pero antes fui a la casa a cambiarme. Como relámpago salí hacia el mercado Mixcoatl, donde ya me esperaban.
Abordamos el micro rumbo del metro Constitución (de 1917), al subir me percaté que los pasajeros son engreídos, hipócritas, con rostros resentidos pero también hay quienes son nobles. Finalmente llegamos al metro, qué bueno, estaba impaciente por llegar. En el transcurso fui pensando, analizando, viendo y reflexionando que todo ser humano cuenta, que vale la pena.

Al llegar al metro me di cuenta que no tenía boletos y en la fila había demasiada gente, en ese momento ya eran las 9:45, esperamos durante 15 minutos a otros compañeros… nadie llegó. Finalmente abordamos rumbo al Centro, pero antes ya nos esperaban otros chavos en el metro Escuadrón 201.

Llegamos al metro Revolución alrededor de las 11:20. Caso aparte, quiero comentar que en el metro existe mucha seguridad, hay varias cámaras y oficiales que son buena onda siempre y cuando te dirijas a ellos con respeto y humildad.


Fotografía. Daniel Ávila
Salimos hacia el monumento a la Revolución, allá entrevistamos a personas que fueran vacacionistas, entrevisté a cuatro personas, entre éstas había un argentino, me cayeron muy bien. Debo mencionar que mis compañeros me apoyaron. Tras un rato de entrevista cominos y luego caminamos hacia Bellas Artes.

En el patio del museo estuvimos un rato tratando de entrevistar a más gente, pero no tuvimos suerte. Y como el sol pegaba a plomo decidimos sentarnos a la sombra. De ahí caminamos por la calle Madero hacia la Plaza de la Constitución. Ahí el maestro nos dio chance de agarrar caminos distintos para luego de 15 minutos encontrarnos en la entrada de la catedral. Yo caminé con el profe, ¡cha!

Fotografía. Daniel Ávila
Una vez que nos reunimos comenzamos el viaje de regreso. Llegué a mi unidad    -lugar donde vivo-, saludé a mis vecinos y me fui a casa. Dejé mi mochila en la sala y salí de inmediato a ver a Marilú -la señora con quien trabajo-, para preguntarle si íbamos a trabajar, me dijo no, “voy a salir”.
Después de una hora me vi caminando por la Avenida Benito Juárez; alrededor de las 20:30 llegué a mi hogar, cálido y fresco, pero antes saludé a mis vecinos. Mi mamá me preguntó que si había comido, respondí, no. Me preguntó, ¿vas a comer? Respondí sí, aunque yo tenía la intención de hacerlo más tarde. Mientras pensaba lo que más tarde comería mi madre me dijo “pues sírvete porque no llegó la chacha”. Jajajajaja, me reí y mi mamá se molestó, me dijo: “Cállate niño que no me dejas oír”. Como entendí que a mi mamá le gusta mucho la telenovela decidí guardar silencio y me metí a bañar. Más tarde cené y al poco rato me acosté a dormir, tardé mucho en conciliar el sueño.

viernes, 6 de julio de 2012

¿Dentista? ¿No debería llamarse torturador?

Una chimuela (Sabina Zaven)


taringa.net
No existe otra cosa que me dé más miedo que visitar al dentista, basta con el simple hecho de entrar a una sala donde hay un montón de aparatos punzocortantes. Luego te obligan a recostarte en una silla que recuerda a las que había en los sanatorios de hace siglos.

Llega el momento en que el graduado en tortura procede con su maquinaria pesada a taladrar y mutilar la parte dañada o afectada, según dicen estos expertos.

Logran adormecer tu boca con algodones húmedos si tienes suerte, sino, ¡prepárate! A tu boca llega una aguja del tamaño de tu dedo medio.

El torturador, perdón, cirujano dentista, hace lo necesario para detener el sangrado después de haber trabajado en tu boquita abierta todo el tiempo.

Finalmente puedes salir de la sala de tortura con un enorme pedazo de gasa en tu boca y con tu diente guardadito en un estuche de ratoncito con la intención de disminuirte el dolor.

Lo único que me alegra de este trabajo pesado es que a uno le recetan litros de helado y comida aguada.